La belleza de lo cotidiano
No haga ruido. Manténgase agazapado. Contenga la respiración. No debemos develar nuestra presencia voyerista para no romper el encanto, para sostener el sortilegio que proyectan estas mujeres que habitan al otro lado del espejo, indiferentes a nuestras miradas. Lo que contemplamos aquí son actos íntimos y cotidianos, no pensados para ser vistos por el otro, ni siquiera para ser contemplados en el propio reflejo. Estas mujeres viven, piensan, nadan, juegan ajenas a nosotros, ensimismadas en su mundo privado y habitual al que accedemos únicamente gracias a la mano hábil de Yasmín Montenegro, quien reconstruye con absoluta sutileza y fidelidad estos momentos minimalistas pero significativos que constituyen el universo íntimo de cada mujer.
En este acto de espionaje, percibimos con nitidez las dimensiones de lo cotidiano y de lo auténtico, que funcionan como ejes existenciales de estas mujeres. El punto de cruce de estas dimensiones es el cuerpo, que no es el reflejo de un canon sino el contenedor de una belleza específica que existe independiente del espectador.
Estas mujeres de caderas exuberantes, piernas rebosantes de sensualidad y torsos delgados de pechos altivos, de cabellos coquetos en permanente movimiento, gráciles y livianas en sus formas redondeadas que desafían el peso propio de la materialidad, no requieren de nuestra reafirmación ni de nuestro aplauso. En su esfera íntima, exudan confianza y vitalidad. Con sorprendente precisión, Yasmín Montenegro capta en estas esculturas instantáneas de un mundo natural, privado y femenino, rescatando así la belleza y el sabor de lo cotidiano. Algo tan cotidiano como una entrada de tomatitos rellenos.